De la masculinidad frágil al crimen “contra natura”: breve historia de la LGTBIfobia antes de Justiniano

La historia de la represión hacia las personas LGTBIQ+ no comienza con la Edad Media ni con la moral victoriana. Mucho antes, en el mundo antiguo, ya existían normas, castigos y tabúes en torno al deseo y las identidades no normativas. Pero no siempre fueron iguales ni respondieron a las mismas lógicas. En esta entrada te contamos cómo evolucionó la LGTBIfobia desde las primeras concepciones patriarcales del sexo en la Antigüedad hasta su consolidación legal bajo el Código de Justiniano en el siglo VI.
El patriarcado antiguo: sexo como dominio
En las culturas antiguas del Mediterráneo —Sumeria, Babilonia, Grecia, Roma— la sexualidad no se entendía en términos de orientación o identidad, sino como una cuestión de roles, estatus y poder. Lo importante no era con quién tenías relaciones, sino cómo y desde qué posición. En este marco patriarcal, el sexo era una herramienta de dominación: quien penetraba ejercía poder; quien era penetrado, quedaba subordinado.
Este modelo excluía la posibilidad de relaciones entre iguales. Un hombre que asumiera el rol pasivo era ridiculizado o sancionado por perder su virilidad. Las leyes mesopotámicas y romanas no castigaban tanto el deseo homosexual como la "feminización" del varón libre. Este pensamiento alimentó siglos de estigmatización, sin necesidad de moral religiosa.
Grecia y Roma: tolerancia jerárquica
En la Grecia clásica, las relaciones entre hombres eran aceptadas siempre que se dieran entre un adulto (erastés) y un joven (erómenos), dentro de un marco pedagógico y socialmente regulado. Pero se condenaba que un ciudadano adulto asumiera el rol pasivo: eso implicaba una pérdida de estatus, no una transgresión sexual per se.
La Roma republicana e imperial heredó esta lógica. Un hombre libre podía tener relaciones con esclavos, prostitutos o subordinados, siempre que fuera el activo. La Lex Scantinia (siglo II a.C.) penalizaba la violación o el abuso de varones jóvenes, pero su aplicación fue irregular. Incluso hubo emperadores que desafiaron abiertamente estas normas, como Nerón o Adriano, sin ser por ello considerados criminales.
La fragilidad de la virilidad
En todos estos contextos, la masculinidad frágil fue el verdadero motor de la represión. El sistema patriarcal no buscaba proteger una moral sexual universal, sino preservar el dominio del varón libre sobre su entorno, incluidos los cuerpos ajenos. El problema no era amar a otro hombre, sino parecer menos hombre por hacerlo "mal".
Este modelo excluyente se reforzaba mediante la burla, el estigma y, ocasionalmente, la ley. Pero no fue hasta la llegada del cristianismo que estas prácticas pasaron de ser deshonrosas a ser pecaminosas.

El cristianismo y la moral del cuerpo
Con la expansión del cristianismo entre los siglos II y IV d.C., se impuso una nueva ética sexual basada en la procreación y la pureza. El cuerpo ya no era solo un territorio social, sino también espiritual. El placer sin fines reproductivos pasó a ser sospechoso; el deseo entre personas del mismo sexo, una desviación del orden divino.
A partir de Constancio II y Teodosio I, las relaciones homosexuales masculinas fueron castigadas con la pena de muerte en el derecho imperial. La Iglesia, aunque no legislaba directamente, asumió estas condenas como parte de su doctrina moral
El Código de Justiniano: el derecho imperial contra el amor entre iguales
El punto culminante de esta evolución llegó con el emperador Justiniano I, que entre 529 y 534 d.C. recopiló y reformó todo el derecho romano en el monumental Corpus Iuris Civilis. Este cuerpo legal —conocido también como Código de Justiniano— marcó el inicio de más de mil años de persecución jurídica contra las personas LGTBIQ+ en Europa.
Entre sus leyes, el Código definía las relaciones homosexuales masculinas como un crimen "contra natura", merecedor de castración, ejecución y confiscación de bienes. Además, las justificaba con argumentos religiosos y políticos: los actos homosexuales serían responsables de terremotos, plagas y decadencia moral del imperio.
Este nuevo marco legal fusionó poder imperial, doctrina cristiana y represión sexual en una misma arquitectura jurídica. La Iglesia católica adoptó y difundió estos principios, que terminaron codificándose en el derecho canónico y en numerosos códigos civiles europeos. El eco de Justiniano perdura hasta bien entrado el siglo XX.
De norma jerárquica a pecado mortal
Así, lo que empezó como una lógica social basada en la virilidad, terminó transformado en una condena absoluta del deseo no normativo. La homosexualidad pasó de ser una cuestión de prestigio masculino a un pecado capital.
La historia de la LGTBIfobia, por tanto, no comienza con el odio moral, sino con la fragilidad del patriarcado, que teme al deseo que no puede controlar. Justiniano solo consolidó en derecho lo que siglos de normas sociales habían venido construyendo: una visión del cuerpo, el afecto y el placer al servicio del poder masculino.